"En cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da."
Antonio Machado

jueves, 5 de agosto de 2010

La Cruz de Hierro. 1977



En 1940 se incluyó en los ficheros del Alto Mando Alemán un sobre que contenían varios planos, con órdenes y detalles escritos en varios folios de la mano del mismo Hitler, en el exterior del sobre se podía leer “Operación Barbarroja”. Eran la descripción del plan forjado para la organización del frente oriental europeo y la conquista de la URSS.

Federico I Barbarroja fue uno de los emperadores, de origen alemán, más poderosos que tuvo su cuota de influencia allá por la Edad Media, para ser más exactos en el siglo XII, entre sus ambiciones estaban la de ser el heredero de Carlomagno. Su “Sacro Imperio Romano Germánico” fue bautizado por historiadores y por nacionalistas alemanes como el Primer Reich, de hecho sus bases ideológicas fueron adoptadas por aquellos que quisieron unificar todos los estados alemanes para formar un solo país, en el siglo XIX.

Prusia fue la cabecilla de esta unificación que entre otras cosas buscaba un papel protagonista dentro del reparto hegemónico de Europa y que en ese momento se lo disputaban Francia e Inglaterra. Es entonces cuando el estado prusiano con Guillermo I y la política de su canciller Otto von Bismarck consiguen crear el segundo imperio o Segundo Reich que buscaría a partir de entonces su lugar en el mundo y en la historia con el nombre de Alemania.
Las justificaciones para la invasión de la URSS, no giraban entorno a la posibilidad de restaurar el Imperio Romano ni siquiera la creación de un posible Estado unitario, sino que la idea del Tercer Reich fue la defensa del “espacio vital” en principio teórica pero que fue llevada a la praxis por el führer realizando una mezcla explosiva entre el concepto original del geógrafo F. Ratzel y las concepciones racistas, de hecho en su obra “Mein Kampf”, Hitler declaró: “«los alemanes tienen el derecho moral de adquirir territorios ajenos gracias a los cuales se espera atender al crecimiento de la población».



La intervención militar fue acompañada de un gran éxito llegando hasta las puertas de Moscú, y sin casi encontrar oposición, pero Hitler no sería mejor que Napoleón y en este frente oriental ambos no contaron con el aliado número uno de los soviéticos, el invierno. Las frías condiciones y las tácticas ofensivas rusas de desgaste hacia los alemanes hicieron que Stalingrado se convirtiera en la primera de las derrotas nazis. Tras ella el ejército ruso comenzó una ofensiva brutal para la recuperación de los territorios ocupados y no cesarían hasta su llegada a Berlín.




Pues bien, “La Cruz de Hierro”nace en este entorno histórico, justo en el desfase final alemán, pero una de sus grandes cualidades es la de mostrarnos la crueldad de la guerra sin distinción de bandos,
estamos acostumbrados a ver la visión bélica desde el punto de vista del vencedor, del aliado, y olvidamos que las guerras no hacen distinciones y que el bloque del eje también estuvo integrado por humanos que sufrían, anhelaban poder, morían o simplemente sobrevivían.

Fue Orson Welles el que después de verla comentó que era la mejor película antibélica que había visto nunca, y razón no le faltaba, aunque no debemos olvidar Senderos de Gloria, de Kubrick, otro válido ejemplo.




Sam Peckinpah, firmó este título en 1977 y para ello se tuvo que venir hasta Europa para rodarlo, su carrera en Estados Unidos no estaba pasando por su mejor momento, y aun teniendo carta blanca para realizar este trabajo, su resultado final no fue del todo aceptado e incluso la crítica no la recibió de buen grado, sin embargo con los años se ha ido reconociendo el cuerpo y la idea de esta obra, la última del director, que murió poco después víctima de sus excesos.

La historia comienza en uno de esos puestos de trincheras posicionado en algún punto de ese frente oriental con las ofensivas diarias de los rusos, que cada vez recuperan más territorios, hasta ellas llega el Capitán Stransky (Maximilian Schell), su único objetivo es conseguir la cruz de hierro,una insignia militar de tradición prusiana que se obtiene por méritos de guerra, y necesaria para mantener la aprobación de su aristocrática familia, viéndose obligado a abandonar su tranquila y lujosa vida en la Francia ocupada. Allí en pleno frente de batalla se encontrará con la oposición de uno de sus jefes de pelotón Steiner (James Coburn), para el cual ni siquiera su propia cruz de hierro le requiere de tanta importancia y atención. Para conseguir el preciado metal Stransky no dudará en sacrificar y aniquilar a todos aquellos que se opongan ante su objetivo.

El trato de la condición humana ante los adversarios, las ambiciones y el egoísmo personificadas en el capitán prusiano Stransky, la inocencia que se pierde con los duros golpes y que aquí se reflejan a través de los niños en los títulos de créditos y en el niño ruso apadrinado por Steiner, la inutilidad de los altos mandos y la poca importancia de la vida ajena en momentos críticos, la cobardía y su oposición, la lealtad defendida por Steiner como jefe de pelotón, los vínculos que se generan entre los soldados al verse empujados hacia un conflicto que ni siquiera ellos apoyan, la homosexualidad en el ambiente militar, la tristeza, la amargura y la impotencia de soldados alejados de sus casas y de sus familias… y para mostrarnos todos estos aspectos reales, Peckinpah eligió para materializarlos a los personajes quizás más incomprendidos de las últimas décadas de la historia, los soldados alemanes, pero dejándonos entender, con esta elección, que la misma historia se daría en cualquier ejército, guerra o país. Una extraordinaria visión empática, que si bien no pertenece a esos títulos tan regulares y elogiados de Peckinpah, ningún director ha sabido plasmar con la misma maestría.


No puedo terminar sin destacar el extraordinario montaje de las escenas en encuentros con el enemigo de cuerpo a cuerpo y el excelente guión, una adaptación de la novela de Willi Heinrich, publicada en 1956, de ese guión podemos extraer excelentes diálogos llenos de alusiones entre Steiner con Stransky, sobretodo en el tramo final. Un desenlace, por otra parte, abierto pero que no defrauda y muchos aún imitan cada vez que recuerdan esta película:
- Stranksy: "Le mostraré cómo lucha un oficial prusiano"
- Steiner: "Y yo le mostraré dónde crecen las cruces de hierro"